la madre. La madre cristiana
era la verdadera gloria del cristianismo. Ella es la que hacía del hogar un
verdadero santuario. Su misión era todo lo que concernía al cuidado de la
familia; tejía con sus manos la ropa con que se cubrían ella, su esposo y sus
hijos; se adornaba con el manto precioso de la modestia; hacía de la casa el
albergue del peregrino y de todo hermano que llegaba de otros puntos; recibía
con tierna y santa sonrisa al esposo que llegaba al hogar después de largas
horas de trabajo; y unidos en un doble amor, ofrecían juntos al Padre celestial
el incienso de sus oraciones que hacían arder en el altar de sus corazones. La
madre era la eficaz colaboradora en la tarea de criar los hijos. El Pastor
de Hermas demuestra que se exigía a éstos una obediencia y disciplina
ejemplares. A los cinco o seis años, los niños ya enseñados en los mandamientos
del Señor estaban en condición de aspirar a ser reconocidos como catecúmenos y
empezar a recibir en la iglesia una enseñanza que les prepararía para ingresar
en. la milicia cristiana. De estos hogares, saturados con el perfume de la
santidad evangélica, se levantarían los futuros testigos, mártires y
apologistas.
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